BARRO, FE Y CENIZA
Elevé al cénit las dos manos,
y con la boca abierta
aspiré el recuerdo de aquel hermano...
Clavé la mirada en las grisáceas cenizas
de aquel humano despojo imaginario,
lúgubre,
desprendido ahora del barro
que le diera forma.
¡Barro! -exclamé-
Sí, ¿Por qué, no?
¡Oh, Dios!:
Cuando a su forma la ceniza modela el barro
y el alma fluye, dime,
¿Por qué camino va,
por dónde sube?
¡Qué asco me da la vida interrogante
que consumo a diario!,
me es tan limitada...
Porque escondes tu semblante
me da la sensación, hermano,
que, tras la muerte de tu primera vida,
también se tornó en cenizas tu frágil barro,
y así quedaron esparcidas por siempre
en la nada de tu Edén.
-Sedimento que aún perdura
en las almas adheridas a la fe-
¿Qué pasará ahora, dime,
con los hombres que aún no creen?
Sal de las sombras y muestrales,
-como hizo, Santo Tomás,
dándoles fe, tu herida.
Abandona el martirio y sal de tu claustro.
Enarbola la bandera de tu fracaso
y, quizá, cuando te vean ocupando un espacio
les enturbie la mirada su propio barro.