JUAN CAMACHO

Mi agradecimiento a esas personas tan necesarias e importantes para la elaboración de este proyecto.

                                                                        Juan Camacho

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    VOY A LAS CADENAS DEL HOMBRE

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    Voy a las cadenas del hombre, tirando de argolla;

    sin que el ojo avizor –cristalino-

    serpentee ésta vez sobre mis hombros.

     

    Puede más el hambre en este caminar absurdo

    que la fe;

    y mi paso, madre, se cubre de tierra,

    ya no te patria. No. Ya no.

     

    Olvidando el olvido del dios que hizo a Dios,

    quiero ser libre; por ello camino a la tierra

    del hombre que labro y riego en sudor.

    Quiero ser libre.

    Hacerme de nuevo.

    ¡ De arcilla sino de barro !

    Ser:

    Discípulo.

    Señor.

    Maestro y soldado del tiempo.

    Ascua encendida y vértebra del incandescente fuego.

    Eclipse.

    Espiral.

    Duna. Sueño; y nunca más mortal

    de lo que soy o sigo siendo.

     

    Quiero escapar y convocaros

    a los que, aun creyéndoos carne,

    embadurnáis vuestro cuello con reclamos,

    vuestros dedos, vuestras manos…

     

    Tierra prometida os ha de dar el salvador

    de los instintos.

    Aquel, que merodea las conciencias colectivas;

    y a su juicio y semejanza…

     

    Os confieso

    que escapar me esta costando.

    Que cada día, una gota de mi sangre

    es confiscada; que no puedo, por más que quiera,

    ni esperar

    que amaneciera, por hacer acopio mi retina

    de la luz del astro errante.

     

    Errante… como el paso que llevo

    hacia el calvario

    -sumergido en llanto y en una sed de luz divina –

    que me es reclamada

    no sé bien si por Dios o por Satán

    ¡ Y hasta dudo si sea una emboscada !

     

    Parto de regreso

    a mi interior –habitáculo desmedido-

     

    En él,

    las paredes blancas me tornan a la aldea del suicidio.

    Avanzo un paso más. –Hacia el salón-

    La conciencia se me muestra.

    No quiero nada.

    Me adelanto cinco metros y diviso el paredón.

    Allí, me acomodo y reflexiono una vez más.

     

    He cedido al tiempo

    sesenta pulsaciones

    y he perdido –como siempre- juventud.

     

    ¡Qué ironía, hacerle frente!

     

    Sin embargo,

    Sé que me llega la alborada

    y con ella la desidia,

    ¡El saberme decidir!

     

    Os confieso

    que escapar me está costando.

     

    El ojo avizor manifiesta su presencia entre las sombras

    y mi casa se hace enormemente inmensa.

     

    ( Un parpadeo de luz

    desequilibra mi diestra y la pluma evoca sus primeras erratas

    haciéndome prestar más atención a la escritura )

     

    Lo hago

    y abandono el pensamiento.

    Al unísono:

    Los hijos de los árboles,

    rotos de periódicos, plásticos

    y otros varios y vulgares

    pasan abrazados al viento

    tomando a su albedrío las casas, la calle.

     

    Yo desde mi reducto, le siento.

    ¡Juro que le siento pasar!,

    sin embargo,

    no puedo verle.

     

    … si al menos a Él le viera…

     

    ¿Dónde irá – me pregunto-

    en su alocada y peregrina carrera?

     

    A veces,

    le oigo enjugar su llanto

    sobre el perfil de la mar;

    y no sé si será que el viento

    -también mendigando-

    busca la pared recia

    hecha bloque

    que le frene el paso en esta ciudad.

     

     

    Las manecillas de un reloj

    enlaza la noche al alba que llega

    y periclita así, mi duda,

    en las tinieblas.

     

    Mientras…

    el ojo avizor continúa su rumbo

    y las cadenas -por siempre- en la tierra

    abrazadas al hombre

    … por si libertad pidiera.

     

     

     

     

     

     

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