A SATÁN
Sé,
que en mi mano no está
que vengas a verme.
Sin embargo,
reivindico tu abrazo silencioso y fúnebre.
Sé,
que sueles ceder a las caricias
-Sobre todo si son prófugas-
y que dejas tu manto abandonado
sobre la lengua más silenciosa de tu fuego.
Después,
sé
que huyes,
para seguir concertando distancias
con ese Dios
al que tanto conocemos.