A RUBÉN DARÍO, EN SU CENTENARIO
Daría parte de mi palabra, Darío,
que es un bien protegido y universal.
Daría un folio, aunque estuviera bien escrito,
no me importaría, ya ves, debido a mi edad.
Hablo, al parecer, de cosas inconexas
de arbitrariedades y otros despropósitos
subyacentes en el horizonte esquivo
de un ayer retenido en la memoria.
Cien años de tu última palabra, que es historia,
parecen no ser nada
cuando abro con el pensamiento
ese ominoso día:
Seis de febrero de aquel año en curso,
de mil novecientos dieciseis.
Sentenciado por la vida, te fuiste
dejándonos tu palabra
entre alcoholes, elixires y melancolía,
para que perdurara en el tiempo
y rebasara los límites
de las conciencias poco claras.
Y hoy,
cien años después,
bajo ese mismísimo universo que abandonaras
nos llega la herencia perfilada de tu talento.
La hegemonía de la idea trabajada y pasada por el tamiz
para seguir legándola,
por los cauces naturales,
a otras generaciones
para que se impregnen de la esencia
de tu bella y armoniosa palabra.