LUCÍA
Dulce y risueña, extrovertida y alegre
bajo la hiriente luz solar, así brillaba Lucía.
Cualquier cosa que mirara, cobraba vida.
Si paseaba por el monte,
el aire silbaba las notas
de una entrañable canción,
y al tiempo que caminaba
las hojas ya desmembradas,
del abeto o sauce llorón,
se iban entretejiendo, producto de la ilusión,
formando, a su paso,
una almohadillada alfombrilla multicolor .
Lucía, sentada sobre la hierba
observaba a una pequeña hormiga
corretear sobre su mano, buscándose una salida
y viendo que no la encontraba
sobre un árbol, tiernamente, la dejó.
El mundo a sus pies se rendía.
Con apenas cuatro años,
por niña grande se tenía.
El disgusto de sus padres no podía ser mayor
viendo que a sus llamadas no respondía.
Miraron bajo las camas,
y tras las cortinas del salón.
Un sonido repetido y continuado
desde el viejo campanario,
alertaba al pueblo
de la dramática situación.
Los mozos escudriñaron
desde los oteros más próximos a un bosque centenario,
hasta las aguas cenagosas de un estéril pantano
y con las manos vacías,
llenas de esperanza y deseados milagros,
a la plaza se acercaron sin haberla encontrado.
No muy lejos de la plaza,
la niña se iba adentrando en las fauces de la noche.
Y si mil estrellas el cielo tenía,
mil sonidos, diferentes,
la iban acompañando.
La noche, ennegrecida, tejió
como si fuera una araña
una espesa niebla
hacia el frente y a su espalda.
Lucía empezó a temblar,
el frio la atenazaba
y se dispuso a regresar
cuando el viento más soplaba.
No es que fuera un vendaval,
pero la alfombra almohadillada
por la que vino, allí ya no estaba.
El ruido de los tractores
llenaba la noche de luna
dirigiéndose hacia el bosque
y abandonando la plaza.
Una veintena de antorchas
con su fuego pretendían
convertir la noche en día.
¡Hasta las luciérnagas, con su tenue luz
respondieron, buscando a Lucía!
La multiplicada voz de un megáfono,
no llegaba a oidos de la niña
que acurrucada bajo un árbol,
agotada, se dormía.
Al albor de la mañana una gota de rocío
impactó sobre su cara.
Gritos de ¡Lucía, Lucía!, a la niña se acercaban.
Llegaron los primeros besos, las risas se confundían
entre lógicas emociones por encontrar a Lucía.