JUAN CAMACHO

Mi agradecimiento a esas personas tan necesarias e importantes para la elaboración de este proyecto.

                                                                        Juan Camacho

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    LUCÍA

    Dulce y risueña, extrovertida y alegre

    bajo la hiriente luz solar, así brillaba Lucía.

     

    Cualquier cosa que mirara, cobraba vida.

    Si paseaba por el monte,

    el aire silbaba las notas

    de una entrañable canción,

    y al tiempo que caminaba

    las hojas ya desmembradas,

    del abeto o sauce llorón,

    se iban entretejiendo, producto de la ilusión,

    formando, a su paso,

    una almohadillada alfombrilla multicolor .

     

    Lucía, sentada sobre la hierba

    observaba a una pequeña hormiga

    corretear sobre su mano, buscándose una salida

    y viendo que no la encontraba

    sobre un árbol, tiernamente, la dejó.

    El mundo a sus pies se rendía.

     

    Con apenas cuatro años,

    por niña grande se tenía.

    El disgusto de sus padres no podía ser mayor

    viendo que a sus llamadas no respondía.

     

    Miraron bajo las camas,

    y tras las cortinas del salón.

     

    Un sonido repetido y continuado

    desde el viejo campanario,

    alertaba al pueblo

    de la dramática situación.

     

    Los mozos escudriñaron

    desde los oteros más próximos a un bosque centenario,

    hasta las aguas cenagosas de un estéril pantano

    y con las manos vacías,

    llenas de esperanza y deseados milagros,

    a la plaza se acercaron sin haberla encontrado.

     

    No muy lejos de la plaza,

    la niña se iba adentrando en las fauces de la noche.

    Y si mil estrellas el cielo tenía,

    mil sonidos, diferentes,

    la iban acompañando.

     

    La noche, ennegrecida, tejió

    como si fuera una araña

    una espesa niebla

    hacia el frente y a su espalda.

     

    Lucía empezó a temblar,

    el frio la atenazaba

    y se dispuso a regresar

    cuando el viento más soplaba.

     

    No es que fuera un vendaval,

    pero la alfombra almohadillada

    por la que vino, allí ya no estaba.

     

    El ruido de los tractores

    llenaba la noche de luna

    dirigiéndose hacia el bosque

    y abandonando la plaza.

     

    Una veintena de antorchas

    con su fuego pretendían

    convertir la noche en día.

     

    ¡Hasta las luciérnagas, con su tenue luz

    respondieron, buscando a Lucía!

     

    La multiplicada voz de un megáfono,

    no llegaba a oidos de la niña

    que acurrucada bajo un árbol,

    agotada, se dormía.

     

    Al albor de la mañana una gota de rocío

    impactó sobre su cara.

     

    Gritos de ¡Lucía, Lucía!, a la niña se acercaban.

    Llegaron los primeros besos, las risas se confundían

    entre lógicas emociones por encontrar a Lucía.

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